jueves, 27 de enero de 2022

Estaba ahí sentada, al borde de la roca que firme que presumía su cimentación tan profunda como su misma materia, miraba hacia el horizonte, donde no había nada en concreto y el aire tan sumiso, comenzó a susurrar una bella melodía... La tarde ya casi se ocultaba tras las montañas que dormían... aquellos colores, figuraban una hermosa estampida.
A veces el horizonte se torna tan obscuro que solo la niebla en la cercanía se puede caminar. Pero no, hoy no. Es tan intimidante dar unos pasos, porque no se sabe a ciencia cierta donde terminará el paso que se ha dado. Y sin más, todo es tan indiferente, de repente estoy tan sola como al inicio del camino. Para donde ir, hacia donde caminar sin toda duda se revuelca en las ideas y pensamientos turbios. 
Pararme ahora no tiene sentido. Regresar atrás no es opción. Cada duda retumba y la inseguridad se vuelve tan cierta; el libre albedrío siempre tiene una mala jugada,  seguir caminando para qué.... sentarme hasta que pase la obscuridad hace perder el tiempo que en este mundo no significaría casi nada, lo que pasará habrá de suceder en el presente, en este presente que todo al rededor duele, que todo muere y se renueva en la misma discrepancia de la vida. 
Decidir seguir en la penumbra de la soledad, como ayer, como hoy y como siempre. Los colores siempre serán los mismos, y aquella estampida que se dejaba venir, derrumba todo a su paso, así que solo habrá que esperar hasta donde me jalará y desde ahí volver a andar, bajo el yugo de la mano de quien dirige.
Sentarme como al principio, dejando que la estampida de derrumbe... pensando quizá, que lo importante no es donde me quede; sino, si quiero que me destroce y me renueve, o solo, creer que puedo lograrlo con solo querer.

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